martes, 23 de abril de 2013

LA PESADILLA DEL HINCHA: EL VERDADERO SIGNIFICADO DE UNA GOLEADA EN CONTRA



¿Los hinchas ruidosos y radicales nacen con los triunfos? Es verdad. Pero los hinchas acérrimos e inmortales se  esculpen en las derrotas. Nada más dulce para un hincha que recordar las goleadas memorables de los equipos de sus amores, en mi caso: Uruguay, Peñarol o el Barcelona. Aquel  5 a 1 de la celeste juvenil de Francescoli a Argentina o el 3 a 0 más cercano de la final de la última Copa América. Nadie me los puede quitar de mis mejores insomnios. Pero imborrable de verdad, absolutamente indeleble, es la pesadilla de recordar a los daneses en México 86  celebrando seis veces en nuestras celestes narices.

Ni el borrador de memoria de los Men in Black, pueden quitar de mi mente al Peñarol del ‘82 metiéndole 4 a River Plate en Buenos Aire en aquella Libertadores que nos coronaría. Y aunque no fue estrictamente una goleada como tal (recibimos 2) el paseo fue tan majestuoso que ingresa en la galería de los gloriosos momentos mirasoles. Sin embargo, no hace mucho, los ecuatorianos de Liga nos dieron una manita en el Centenario que hizo pedir disculpas de pie -por haber nacido manyas- a toda la tribuna Amsterdam enronquecida de vergüenza.

 ¿Y con el Barca, el equipo que hoy pareció tocar fondo físico, emocional y estratégico – al menos por esta temporada- en Munich? No crean, aquellos que se han enceguecido con los triunfos de los últimos 5 años que la historia culé siempre ha sido de abrazos felices porque no está exenta de muchos más abrazos …pero para consolar la derrota. Históricamente no nos ha ido mucho mejor en esta cruel mezcla de goleadas cruzadas. Las anotaciones a favor no solo son fáciles de recordar sino que incluso uno las mezcla y confunde en la memoria. Pero los pepinos en contra son una angustia viva en forma de pelota camino al fondo de la red…propia que nunca se olvidan. Por ejemplo, no hace muchos años, el humilde Getafe hundió a la escuadra de Frank Rijkaard 4-0 y lo eliminó de una llave de la Copa del Rey, a priori, envidiablemente sencilla. Más atrás en el tiempo ya quisiera borrar de mi mente el 5-0 del Madrid de enero de 1995, un año después de ganarles por el mismo marcador.  Quisiera  borrarlo de mi cerebro pelotero, pero aún recuerdo que era el mismo Dream Team de Cruyff, con Guardiola, Stoichkov, Romario…y aún me duele. Para colmo de catástrofe, era prácticamente el mismo planteal que había caído meses antes, en Mayo de 1994, en la final de la Champions contra el Milan. Ese recuerdo sí que es fatal. Creo que hoy toleré la derrota de Munich mejor porque viví otra peor: aquella final de Atenas del ’94.  Es una alucinación dantesca en clave goleada que me persigue y no logro eliminar de mi cabeza. Todavía me veo ahí: hundido, perdido y abatido en una sala satelital del Canal 10 de Uruguay (no “existían” ni el cable ni la conexión a Internet) sufriendo cada gol en contra. A nadie le importaba un rábano la final. No me acuerdo ni como pude volver a casa. Solo recuerdo mi tristeza y furia total. Ese sentimiento mezclado al igual que hoy, en una suerte de cóctel ponzoñoso compuesto de la dosis justa de rabia, tristeza y … obsecuente fé en que uno, a pesar de los pesares, no pudo, no puede, ni podrá abandonar jamás al equipo de sus amores en los malos momentos.

 Hoy los alemanes nos recodaron a los culés que ese maravilloso libro de relatos que salió al mercado hace unos años en pleno boom del Pep Team, tenía un título que sospechábamos tan seductor como peligrosamente premonitorio: “Cuando Nunca Perdíamos”. Se lo dije a mi mujer cuando me preguntó porque estaba tan pensativo y no eufórico al ganar la sexta copa en el temporada 2009-2010: “Ahora solo queda empeorar”.  Con notable talento y una ayudita (innecesaria, por cierto) del árbitro, los del Bayern nos devolvieron a nuestra raíces mortales y sufrientes de hinchas culés. Y de alguna manera, sin proponérselo, nos hicieron más hinchas que nunca.

En lo estrictamente futbolístico, los analistas verán si es el fin de un ciclo como tal o el comienzo de un ajuste de sistema en pos del recambio normal de un equipo muy ganador, o una mezcla de ambos aspectos en el final de una temporada emocional y físicamente agotadora para el Barca (enfermedad de su entrenador de por medio incluída). Al fin y al cabo, esos son análisis bonitos pero tan acogidos a las circunstancias que en un tiempo más pasarán al olvido.

Hoy lo que ni logro explicar pero sí percibir es que nada nutre más el amor incondicional de  un hincha con su club que sufrir una goleada y aún así sentir que no puede abandonar a su equipo. Aunque, claro está, al no tener un espíritu futbolísticamente masoquista, nada me hubiera gustado más que esta tarde no hubiera existido jamás.

Si después de esto sigo siendo hincha –no me cabe ninguna duda que así será-  podré superarlo, comerme la ansiedad hasta que empiece una nueva temporada, desear que el Madrid no alcance la Décima (último consuelo de la temporada…) y saber que tarde o temprano volveré a disfrutar como loco la victoria futura: nuestra desconocida goleada a favor que algún día regresará.

jueves, 7 de julio de 2011

LA ARGENTINIDAD AL PALO

Devuélvannos a Messi. Si esto sigue así, el bueno de Guardiola va a tener que hacer un esfuerzo extra para recuperarlo física y mentalmente de cara a la temporada 2011-2012. Si esto sigue así, además, el rosarino debería empezar a pensar seriamente que cuando tenía 16 años y rechazó nacionalizarse y jugar por España, fue el peor error de su vida. Hoy, la argentinidad al palo funciona como nunca contra Lionel Messi. Yo, obviamente, lo defiendo. Aunque hoy tenga todo en su contra, incluso haber jugado ayer frente a Colombia el peor partido que un servidor -quien lo ha visto prácticamente jugar desde que debutó con el Barca- le había visto disputar: errático, molesto, torpe, fastidioso, deambulando por la cancha como un autista sin sentido del tiempo, de la oportunidad, del espacio. Messi jugó muy mal. Toda su impotencia se vio reflejada promediando el segundo tiempo luego de fallar un tiro libre que se le elevó unos 30 metros del arco… Su mirada perdida, su cara tapada por la camiseta, su frustración estampada en un rostro flotando en otra galaxia, enojado consigo mismo.
No pretendo convencer a quienes no disfrutan con el juego de La Pulga de que es el mejor jugador del mundo actualmente. Al fin y al cabo, es cuestión de gustos: cualquiera puede escoger la velocidad y eficacia precisa de un Ronaldo en su plenitud o la entrega y agresividad de un Rooney. Pero ninguno contempla los matices y variantes de un Messi en su cúspide. Tampoco tiene mucho asidero, salvo vender algunos diarios más, intentar comparar al rosarino con Maradona. Siendo un ferviente defensor de La Pulga, nunca he visto a un jugador tan determinante como el Diego en su mejores momentos, incluso en ese infame y vergonzoso final de su carrera con la albiceleste, en el Mundial de 1994.
Aclarados estos puntos debatibles, considerar que Messi es el culpable de todos los males de la Selección Argentina es, insisto, una demostración práctica y simplista de que la filosofía de la argentinidad al palo funciona a la perfección en momentos de crisis: el tipo es un pecho frío, no sabe ni la letra del himno argentino, no siente los colores patrios, juega bien en el Barcelona porque lo rodean superstrellas y lo cuidan y lo miman y no le pegan como le pegarían en la cancha de Chacarita o de Godoy Cruz… Para colmo, no nació en una villa miseria, su familia es normal, no jugó ni en Boca ni en River, no tiene carisma, no opina de política, no se acuesta con modelos voluptuosas y fanfarronea con eso, no le gusta el rock and roll y la cumbia villera no le dedica canciones… Si hay alguien que no se parece al prototipo idealizado de jugador argentino en la mente del hincha de su pais, ese es Messi. El no posee nada de lo que debe rodear al mito del jugador argentino tipo. Sólo la habilidad que brinda el potrero. Eso sí, Messi es un innegable hijo o nieto de la Argentina esquizofrénica de los años 90: un inmigrante económico sudaca que, a diferencia de tantos otros compatriotas suyos, expulsado por la falta de oportunidades que su tierra le ofrecía, por suerte y talento, y no sin una importante cuota de sacrificio personal y familiar, aprovechó la oportunidad que le dieron en otro sitio. Ese ha sido su gran pecado: buscarse la vida en otro lado y que le fuera bien. Y no “devolverle” a su tierra lo que su tierra nunca le dio. ¿Le debe algo Messi a Argentina? No encuentro qué le puede deber. Suena a hipocresía patriótica cobrarle por un pago que nunca le dieron. Tan solo su rabia, su orgullo, su empecinamiento por ser profeta en su tierra, podría motivarlo. Precisamente, esa personalidad que se le atribuye no tener en el campo de juego lo debe empujar hacia el suicido deportivo defendiendo a su país natal. No encuentro nada más. El resto es pura demagogia. Además, en un juego en donde uno sobrevive tanto gracias al trabajo colectivo como a salvatajes individuales tan maravillosos como históricos y esporádicos (Maradona a la cabeza), el fracaso individual de un Messi perdido en un –además- mediocre entorno colectivo es emblemático. Siempre será más fácil disparar contra el mejor. Algo similar le ocurrió a Francescoli en Uruguay en los 80 y 90. Hay una enorme similitud entre un caso y otro, salvando la distancia futbolística, entornos y gustos personales: Enzo, a quien lo llegaron a tildar de “Príncipe Triste” por sus fracasos con la celeste, tuvo que esperar hasta la Copa América del año 1995, ganada por penales contra Brasil en Montevideo, para recibir un tibio respaldo de sus compatriotas. Francescoli, considerado un jugador inteligente y talentoso, un personaje discreto y ubicado, una estrella que en Argentina se medía de igual a igual con Maradona y se le comparaba con Platini o Cruyff (otros “fracasados” en sus selecciones), era “ninguneado” en su país. No era la imagen que el hincha quería tener del jugador uruguayo. Tenía pecados similares a los de Messi: bajo perfil, familia de clase media, nunca había jugado en un grande y varios fracasos estrepitosos con la Celeste, con grandes agujeros como las eliminatorias del mundial 94 y 98, o el propio Mundial 86 y ese 6 a 1 contra Dinamarca… pecho frío, vende patria y un sinfín de epítetos podrían redondear la uruguayez al palo contra el Enzo. Al fin de cuentas los hinchas pagamos para eso: para gozar e insultar y criticar sin mayor criterio que nuestra pasión. Pero los medios , supuestamente profesionales, deberían dar una vuelta más larga en sus razonamientos: Enzo rodeado de una organización desastrosa, de jugadores sin jerarquía, de técnicos sin esquema de juego. Un ambiente familiar para el Messi de hoy. Ese jugador hoy hundido tras su peor partido en años y totalmente fuera de foco. ¿Quién lo rodea? Una selección con más de una generación de hombres que no logra levantar cabeza, al menos, desde el Mundial del 2006, y con arrastres de crisis del pésimos mundiales en 1998 y 2002, sin una Copa América desde 1993. La autocrítica del fútbol argentino debería ir más allá de un par de técnicos incapaces y del oscuro rendimiento actual de Messi: la dictadura populista de Grondona en la dirección del fútbol argentino desde finales de los años 70, ha llevado a su selección a viajar en un péndulo sin sentido: de la rigidez militar de Pasarella a la obsesión estructural de Bielsa, del padre formativo y comprensivo de Perkerman al viejo del barrio de Basile, de la demagogia de Maradona a la aparente modernidad y docilidad de Batista… Bruscos cambios de rumbo. Autocrítca: cero. Pero la culpa la tiene Messi y sus dos últimos partidos horrorosos.
Pareciera que el problema es más profundo. Hay un tumor maligno enquistado en el cuerpo de esta Selección Argentina que transita por una Copa América de a ratos tediosa y mediocre; de a ratos entretenida al menos gracias a estas tragedias inesperadas. Pero como el fútbol es caprichoso y por suerte funciona como un estado de ánimo cambiante, no nos extrañemos que Lionel reaparezca mañana en todo su esplendor y la argentinidad al palo ofrezca su mejor cara y se transforme en un grito único alabador hacia el 10, si el 24 de Julio levantan la Copa. Hay pocos pueblos como el argentino -y no sólo futbolísticamente hablando- que necesiten tanto y tan imperiosamente escudarse (y excusarse) en sus héroes y villanos de turno. Si no pregúntense por el legado de Perón, Kirschner, Maradona… Culpables y responsables de todo lo bueno y lo malo, según muchos, ya sea en política o fútbol. Alguien los sostiene y los eleva y los destruye con la misma facilidad y rapidez. Es ese espíritu, a veces silencioso, a veces bajo el ritmo de un bombo en una plaza, indescifrable, encantador y aterrador de “lo argentino”, que hoy tiene consumido de los nervios, paralizado en sus habilidades y al borde del colapso, al mejor jugador del mundo, Lionel Messi.-

miércoles, 15 de junio de 2011

Previa a Peñarol-Santos, LA FINAL DE LAS CENIZAS

En la vida futbolera hay situaciones que por escasas son excepcionales y únicas, como una final de Copa Libertadores. Más aún en equipos como Peñarol, que si bien disputará su décima final demostrando su clase y presencia histórica referencial en este tipo de torneos, últimamente este hecho había adquirido una frecuencia, digamos, por demás espaciada: casi 25 años que no se alcanzaba una instancia de esta envergadura.
Era (es), por ende, una oportunidad preciosa para vivirla en vivo y en directo, en Montevideo y en el Estadio Centenario. Con anticipación y con la ayuda de mis amigos, conseguí las entradas, el hotel y, finalmente, los tickets de avión. El plan era perfecto: viajábamos con mi hijo de once años para rememorar, 29 años después, aquella noche en que mi padre y abuelo me llevaron a ver al Peñarol de Morena frente a Cobreloa desde la tribuna Amsterdam. Sin embargo, el destino, que rebota como una pelota caprichosa y no entra al arco, te hace autogoles, o te cobra un off side que nadie vio, nos jugó en contra. Porque aunque soplamos con todas nuestras mortales fuerzas, las cenizas del volcán Puyehue atacaron desde Chile y obstaculizaron el espacio aéreo argentino (¿la venganza de la Católica o de Velez ,tal vez?), contaminando el humilde y reducido espacio aéreo uruguayo por lo cual, con maletas ya embarcadas, habiendo cruzado incluso policía internacional, nos avisan que los partidos se celebran cuando pita el árbitro, no antes, y eso aún no había ocurrido. Vale decir: a minutos del despegue, la orden era que no nos permitían levantar vuelo hacia nuestra final soñada.
Como quien sale corriendo hacia el centro de la cancha cuando quedan algunos minutos de juego o mira hacia la tribuna para echarle la culpa a la FIFA, revisamos alternativas para nuestro escape hacia Montevideo: a Mendoza en avión y dese allá por tierra; desde Santiago por tierra como sea; cambiarnos de aerolíneas y subirnos con algunos pilotos kamikazes que no temen a volar con los motores semi-apagados colapsados por las cenizas; intentarlo con los últimos vuelos del día siguiente… Abatidos, revisamos cada media hora los pronósticos del tiempo que seguían siendo nefastos. Y en la noche, para colmo de signos adversos, una incipiente rubeola comienza a aflorar en el rostro de mi niño. No era nuestro viaje. Eso sí, como no podía ser de otra manera, ya con el parte médico de mi hijo indicando al menos algo de reposo y desaconsejando cualquier viaje, nos enteramos que los vuelos ahora sí se abrían !!! y que podíamos intentarlo por última vez. Era como un tiro libre frontal a 2 metros del área cuando las piernas ya no te responden. El cerebro y el corazón quieren, pero tu cuerpo no. Nosotros, como equipo, estábamos agotados. Demasiado desgaste nos pasó la cuenta. Pero no íbamos a bajar los brazos y queríamos salir de la cancha con la cabeza en alto. Entonces fue cuando pensamos que, por algún motivo desconocido, los dioses futboleros nos enviaban señales de que no teníamos que viajar. Que nuestros tickets esperarán y nuestras entradas serán revendidas. El Centenario, el viaje padre-hijo, será para otra vez.
Lo intentamos casi todo. De la rabia y la frustración por el viaje cancelado, a la impotencia por la enfermedad inoportuna que nos desechó toda posibilidad de un último intento romántico y desesperado de viaje sobre la hora del partido, dimos paso a la resignación rabiosa y a la espera, no sin un resabio de tristeza. Hasta hubiéramos deseado que los vuelos no se abrieran.

Ahora, a pocas horas del partido, sólo nos queda el consuelo de la cábala y de que gane nuestro equipo. Y en ese consuelo pensamos: probablemente Peñarol nos necesite como las últimas veces: colgados a internet y viéndolo desde Santiago. Y con un buen resultado aurinegro esta noche, nuestra tristeza de no haber podido estar saltando entre miles de hinchas energúmenos como nosotros, solo será una diminuta anécdota camino al olvido.

domingo, 24 de abril de 2011

Avalancha de clásicos... LA CONQUISTA DE LO INUTIL

En la última edición de la revista GQ bajo el estupendo título que remite a Herzog y su diario de filmación de Fitzcarraldo, “La conquista de lo inútil”, un declarado madridista, Ambrosius, escribió que intuía en la mirada de Guardiola “el peso insoportable del éxito, la tortura de la insatisfacción permanente. Me recuerda a lo que una vez me dijo Enric González: “El fútbol es por definición un deporte de anticlímax. Jugar tan bien como el Barça crea ciertas neurosis. Es como si los aficionados pensaran: tendría que estar más contento pero no lo estoy. Pesa más la expectativa que el éxito”. Esa es la clave, la neurosis. Pep me transmite la imagen de un neurótico sacudido por terremotos internos que se esfuerza en aparentar moderación, mientras que Mou me transmite la imagen de un vulgar fanfarrón que aparenta neurosis.”


Definitivamente, yo también soy un neurótico futbolístico. Y máxime a tres días de un nuevo clásico. Vuelvo al delirio sobre las derrotas y reviso mi biografía pelotera y me doy cuenta que me crié en tantas derrotas (o más) que victorias. Y con el Barcelona, ni que hablar… Todavía me duelen cada uno de los goles del Milán en la final de la Champions del 93 en Atenas. Y fueron 4. No paraban de caer. El gol de Ronaldo la semana pasada, en ese minuto 102 fatal, se suma a esa lista de pesadillas recurrentes que tendré en mis peores noches de insomnio futbolero. Sumándose en tren expreso a la galería de horrores como cuando el Porto (otros portugueses!!!) le ganaron al Peñarol del Maestro Tabarez la Intercontinental con aquella pelota frenada en la nieve de Tokio (todavía trato de empujarla hacia la red con toda la fuerza mental que, evidentemente, no poseo y no logro avanzar ni un milímetro) o el baile del 6 a 1 de Dinamarca a Uruguay en el Mundial del 86; difícil encontrar mayor humillación futbolística y televisada en vivo y en directo para el mundo entero. Y así podría sumar otras tantas derrotas ilustres que, sinceramente, prefiero no recordar.

La victoria te libera y te da rienda suelta para la farra. La derrota, no. La derrota, además de doler, te obliga a los análisis. A trabajar. A pensar. A discutir qué hiciste mal. A cuestionarte hasta si Messi es zurdo, argentino y por qué le dicen La Pulga… A tratar de resolver por qué fallaron las cábalas: ¿me olvidé de pisar primero con el pie izquierdo al levantarme de la cama? ¿Shakira en la platea es mufa? ¿No me puse la camiseta de la final de Copa del ’83?. O tratar de saber si el Madrid acaba de cerrar el ciclo exitoso de este Barca, si Mourinho es más inteligente que Guardiola, si ganaremos las semifinales de Champions o nos hundiremos desde ahora en la normalidad de ser un equipo que solo gana, pierde, empata (como todos!) y no se luce eternamente como pensábamos. Ahora todo es posible: no sabemos medirnos y como buenos hinchas ciclotímicos y alterados, nos olvidaremos de aquella parte del discurso que tan bien nos calzaba en la victoria y que hacía referencia a que teníamos un estilo, un lineamiento, una visión de juego y que ello, también, conlleva este desafío: saber perder tanto como saber ganar.

Blah blah blah… para power points orientados a Directores de Recursos Humanos que buscan motivar a sus empleados y ganarse el mote de empresas socialmente responsables en lugar de mejorarles los sueldos y sus condiciones laborales. Ahora todo puede pasar gracias a la derrota. Incluso perder la razón. Sin embargo, las derrotas o las victorias que puedan sucederse en las próximas dos semanas garantizan algo de forma tajante: la continuidad maravillosa de la rivalidad entre ambos equipos. Pase lo que pase, las revanchas de la próxima temporada 2011/2012, ya están servidas. Y el impacto de estos duelos se amplificará sea cual sea el resultado final de las próximas semanas. Otro consuelo. Hinchas estresados y sufrientes, muchos de ellos felices. Televisión paga y asupiciantes: eufóricos.

jueves, 21 de abril de 2011

Avalancha de clásicos LA INSOPORTABLE LEVEDAD DE LA DERROTA FELIZ

¿Qué es lo peor de la derrota? 1) Perder frente a tu máximo adversario, en una final y que te levante la copa en la cara. 2) Volver a perder la semana que viene y la subsiguiente. 3) Darte cuenta que la derrota existe, cuando te habías acostumbrado -equivocadamente- a ganar y hacerlo holgada y gozosamente. 4) Soportar el día después, la semana después, el mes después… El hincha, el verdadero hincha cruel, idiota, ciego, como yo, no encuentra consuelo en la derrota. Es una falacia total aquello de que hay derrota útil, feliz, dulce. Patrañas. Meras justificaciones intelectuales. Simples argumentos en donde se esconden todo tipo de profesionales más o menos dignos: dirigentes, futbolistas, entrenadores, periodistas. El respetado, aunque no santo de mi devoción, Marcelo Bielsa, decía algo así como que lo normal es el fracaso y la excepción es el éxito y blah blah blah… Un discurso muy bonito y emotivo si quieres escribir un libro de autoayuda sobre las posibles enseñanzas que dejan en la vida las derrotas y no tan recomendable cuando eres un hincha emocionalmente destartalado tras una goleada. OK, probablemente tenga razón. Pero esto no es la vida, Marcelo. Apenas es como si fuera la vida. Es fútbol. Un juego. Un estado de ánimo cambiante. Nuestro juego preferido donde compite nuestro único amor inquebrantable de toda nuestra vida. Nuestro (prácticamente) único amor eternamente fiel. Y el hincha no quiere razones. Ni libros de autoayuda. El hincha quiera ganar. Al menos no perder. Y menos contra tu máximo rival y en una final.

La derrota, está claro, es tan imborrable como el triunfo pero te enceguece aún más. Cuando ganamos las 6 copas con el Barca solo me quedaba pensar casi como el filósofo Cioran: todo se pierde al nacer. Es decir: qué más podemos esperar, si no volver a perder. Darse cuenta que más lejos no se podía llegar, eso sí que era terrible. Un angustia atroz. Incomprendida por los seres normales, no por los hinchas. Ahora perdimos. Nos bajaron a tierra. No sé si por un semana o por un lustro. Pero al menos, peor no podemos estar. Solo queda repetir la derrota o redimirse en la gloria por venir. Y vuelve a rodar la pelotita.

Hoy por ti, mañana por mí. Enemigos íntimos de la mano. Explosión dialéctica hecha pelota. Cara y cruz. Circo y entretenimiento para rato. Mientas tanto, la dulce y honrosa derrota no existe en la mente de un auténtico hincha. Y nunca debe existir. Para un fatalista como yo, lo único bueno de perder es que sabes que nada peor puede sucederte la próxima vez. Salvo volver a caer derrotado… (y que el Madrid levante la Copa en tu cara).

miércoles, 13 de abril de 2011

Avalancha de clásicos... LA VENGANZA DE LAS PULGAS

¿Por qué el mejor jugador de fútbol del mundo le dicen La Pulga? ¿Dónde radica la justicia o desgracia de los apodos en el fútbol?¿Por qué los animales se llevan los elogios y las más descarnadas críticas al ser evocados en nombre de las virtudes y defectos humanos en el balompié?¿Algún ser superior solicita alguna improbable autorización moral a los aludidos e indefensos animales?
¿Y qué ocurre con el incordioso animal, la pulga? Ese ineludible apodo que carga a sus espaldas Lionel Messi, bah, La Pulga Messi, amparado en ese animal pequeñito, ágil, molesto. ¿Debe ser considerado como una virtud ser tratado como una Pulga? ¿Llamarán Pulga a su papá los futuros hijos de Messi? ¿Dirán mi papá es La Pulga? ¿Mi novio es La Pulga? ¿Me enamoré de La Pulga? Yo soy bajito, casi enano y con un nulo talento para el deporte rey. ¿Si me gritan pulga por la calle, debo sonreir o sentirme humillado? Si usted fuera un ejecutivo bajito, veloz, activo y le llamaran La Pulga, ¿sería considerado un elogio en su empresa o en el mundo de los negocios? ¿Los respetarían sus empleados y su competencia? ¿El Arquitecto La Pulga o El Doctor La Pulga serían bien vistos? Imagínense que llamásemos La Pulga al Presidente, ¿cómo se vería?
En el fútbol de hoy todo es diferente. Al menos algo ha cambiado desde la irrupción del delantero argentino en el mundo del balompié: el apodo es sinónimo de destreza y talento enmarcado en ese ser humano que conduce el balón casi pegado a su pie izquierdo con inigualable habilidad y belleza. Ergo: esta es la mejor reivindicación de ese pequeño insecto sin alas, cuerpo diminuto, milimétrico parásito desagradable, cuya única razón para existir científicamente comprobada consiste puramente en chuparse la sangre de los demás. Sin dos opiniones al respecto, la existencia de la pulga sobre el Planeta Tierra no brinda ningún beneficio destacable e imprescindible al ecosistema (de hecho suelen provocar ronchas, alergias y transmitir enfermedades), salvo en pos de su propia supervivencia. Es más, cualquier enciclopedia básica sólo destaca que pueden saltar hasta 350 veces la extensión de su propio tamaño (Messi saltó la longitud de su tamaño en el gol de la final frente al Manchester y el Barca se llevó la Champions en la final de Roma…) y ningún otro aspecto positivo a recoger ni en su anatomía, ni es su vida de animalucho despreciado por todo el Reino Animal en masa. Incluso el refranero popular, siempre sabio, es particularmente cruel con las pulgas y las castiga sin piedad, aunque con ciertas incógnitas y contradicciones: cuando estás de mal humor se dice que tienes “malas pulgas” y cuando no tienes paciencia eres “una persona de pocas pulgas”. Una simple regla de opuestos nos llevarían a concluir, entonces, que un ser humano simpático debería cargar con “miles de pulgas” que lo hagan ver de esa forma y un tipo con toda la paciencia del mundo, con mucho aguante y tolerante, también tendría que ser un pulgoso fulgurante, y la sociedad lo aceptaría y celebraría como un ejemplo capital con todos y tantos parásitos a cuestas. Es difícil de creer. Otros refranes maliciosos: “Pulga flaca, hace mayor picada” o “La pulga tras la oreja, con el diablo se aconseja”. Definitivamente, los pobres parásitos milimétricos, inútiles y sanguinarios, están condenados al escarnio público incluso en la contradicción intrínseca que el saber popular conlleva. Servida la mesa de esta forma, a estos bicharracos casi invisibles, sólo les resta como consuelo -como a mí al verlo en un cancha de fútbol-: Lionel “La Pulga” Messi, su mesías. El apodo para el mejor del mundo cayó en su diminuto cuerpo de insecto. Las Pulgas, siempre despreciadas, ya tienen un motivo mayor y trascendental para darle sentido a su minúscula existencia en este Planeta

miércoles, 9 de junio de 2010

UN ESTADO DE ANIMO (al fin comienza el Mundial)

Juan Saturain acaba de lanzar un libro que aún no he podido leer pero promete, “La Patria Transpirada, Argentina en Los Mundiales”. En su presentación, en la pasada Feria del Libro de Buenos Aires, dijo para defender su amor por el fútbol más allá de todas las ramificaciones y olores a podrido que el deporte rey tiene en su entorno, algo así como: “Los hijos de puta pasan, la camiseta no. ¿Por qué me voy a dejar robar esa alegría?”. Allí encontré la justificación que como hincha estaba buscando para comenzar este blog futbolístico de alguien que, como yo, no sabe nada de fútbol. Saturaín hacia referencia al Mundial de 1978 y al indisimulado uso político que la victoria mundialera tuvo por parte de la dictadura militar argentina. “El Mundial ’78 lo festejé en mi casa”, recuerda el escritor. “Lo festejé en mi casa puteando contra los milicos, sin participar en la fiesta de los hijos de puta. Las cosas no se mezclan. (…)Yo no me sentí manipulado. No celebré con los hijos de puta, no puse bandera, pero nadie me iba a privar de la fiesta”. A horas del comienzo del Mundial de Sudáfrica, millones nos vamos a dejar manipular por el mero hecho de disfrutar de 30 días sin freno futbolístico. Y no va a ser la primera ni la última manipulación. Yo varias veces me sentí manipulado como hincha. Por ejemplo, cuando niño, no entendía por que mi ídolo, Fernando Morena, goleador aurinegro, nos dejaba por un sueldo mejor y por un equipo como el Rayo Vallecano madrileño. Por eso, como hincha sin memoria que soy, no dudé en salir a las calles, comprar su álbum de figuritas (Morena Gol) y hacerme partícipe de la campaña “A Morena Lo Traemos Todos” del año 1981 (con jinglecito de pegadiza tonada militar incluído). Tras cartón, “El Nando” regresó a vestir la mirasol. Y por su gracia y el auspicio de los dioses futboleros que siempre han sido carboneros, llegaron los títulos del campeonato uruguayo de 1982, la Libertadores y la Intercontinental. A esas alturas, festejando con la multitud, enceguecido de felicidad, poco me importó la manipulación y el orgullo herido años antes, cuando nuestro ídolo nos había abandonado… Esa es la verdad. Tampoco entraba en razón que esa alegría me pertenecía más allá de las manipulaciones políticas cuando, años después, el bueno de mi amigo Alex, una catalanista independentista, rompía su gravedad para invitarme a mí (su mayor prueba de amistad, por cierto), un sudaca ilegal recién llegado a Barcelona, para que me uniera a su club: el Futbol Club Barcelona. No me alcanzarán nunca las horas de mi vida para agradecerle el gesto que cambiaría para siempre mi sentir de hincha. Aquello fue amor a primera vista hasta el día de hoy. Sin ser catalán, me siento tan o más culé que cualquier nacido al borde del Mediterráneo y a diferencia del amor innato por Peñarol, con el Barca -hasta hace muy poco- aprendí a sufrir más que a sonreir. Y sentí aquello de que el equipo “era más que un club”. Peñarol y hoy el Barca -a diferencia de la selección de mi país, que por obvio se explica mi amor incondicional sin demasiadas variaciones retóricas- son el mejor ejemplo de lo que Saturain trata de reflejar en su declaración citada al comienzo: el fútbol, ese monstruo de mil cabezas, ese elemento de manipulación política, ese negocio cruel, ese mercado de esclavos moderno en constante mutación, en algún lugar, al principio y/o al final de los tiempos, nos pertenece y pertenecerá siempre a los hinchas. Tontos, ingenuos, manipulados… pero invencibles. Por muy cursi que suene: la luminosidad de la alegría que el gol de tu equipo te brinda no les pertenece ni a los políticos ni a los capitalistas de turno –aunque abusen y usen de ella. Como tampoco les pertenecerá nunca la auténtica profundidad de la derrota y su tristeza abismal, su rabia y su frustración. Podrán lucrar con ellas y manipularnos. Pero el fútbol en estado puro, el simple juego, que de alguna forma remota encarnará su espíritu desde este viernes en este nuevo Mundial, siempre será nuestro. De los hinchas. Porque más allá de ser parte de nuestro adn, el fútbol es un estado de ánimo. Y allí va, rodando, ese fútbol nuestro e ingenuo, ese estado de ánimo, atadito al destino incierto de una pelota.-