miércoles, 9 de junio de 2010

UN ESTADO DE ANIMO (al fin comienza el Mundial)

Juan Saturain acaba de lanzar un libro que aún no he podido leer pero promete, “La Patria Transpirada, Argentina en Los Mundiales”. En su presentación, en la pasada Feria del Libro de Buenos Aires, dijo para defender su amor por el fútbol más allá de todas las ramificaciones y olores a podrido que el deporte rey tiene en su entorno, algo así como: “Los hijos de puta pasan, la camiseta no. ¿Por qué me voy a dejar robar esa alegría?”. Allí encontré la justificación que como hincha estaba buscando para comenzar este blog futbolístico de alguien que, como yo, no sabe nada de fútbol. Saturaín hacia referencia al Mundial de 1978 y al indisimulado uso político que la victoria mundialera tuvo por parte de la dictadura militar argentina. “El Mundial ’78 lo festejé en mi casa”, recuerda el escritor. “Lo festejé en mi casa puteando contra los milicos, sin participar en la fiesta de los hijos de puta. Las cosas no se mezclan. (…)Yo no me sentí manipulado. No celebré con los hijos de puta, no puse bandera, pero nadie me iba a privar de la fiesta”. A horas del comienzo del Mundial de Sudáfrica, millones nos vamos a dejar manipular por el mero hecho de disfrutar de 30 días sin freno futbolístico. Y no va a ser la primera ni la última manipulación. Yo varias veces me sentí manipulado como hincha. Por ejemplo, cuando niño, no entendía por que mi ídolo, Fernando Morena, goleador aurinegro, nos dejaba por un sueldo mejor y por un equipo como el Rayo Vallecano madrileño. Por eso, como hincha sin memoria que soy, no dudé en salir a las calles, comprar su álbum de figuritas (Morena Gol) y hacerme partícipe de la campaña “A Morena Lo Traemos Todos” del año 1981 (con jinglecito de pegadiza tonada militar incluído). Tras cartón, “El Nando” regresó a vestir la mirasol. Y por su gracia y el auspicio de los dioses futboleros que siempre han sido carboneros, llegaron los títulos del campeonato uruguayo de 1982, la Libertadores y la Intercontinental. A esas alturas, festejando con la multitud, enceguecido de felicidad, poco me importó la manipulación y el orgullo herido años antes, cuando nuestro ídolo nos había abandonado… Esa es la verdad. Tampoco entraba en razón que esa alegría me pertenecía más allá de las manipulaciones políticas cuando, años después, el bueno de mi amigo Alex, una catalanista independentista, rompía su gravedad para invitarme a mí (su mayor prueba de amistad, por cierto), un sudaca ilegal recién llegado a Barcelona, para que me uniera a su club: el Futbol Club Barcelona. No me alcanzarán nunca las horas de mi vida para agradecerle el gesto que cambiaría para siempre mi sentir de hincha. Aquello fue amor a primera vista hasta el día de hoy. Sin ser catalán, me siento tan o más culé que cualquier nacido al borde del Mediterráneo y a diferencia del amor innato por Peñarol, con el Barca -hasta hace muy poco- aprendí a sufrir más que a sonreir. Y sentí aquello de que el equipo “era más que un club”. Peñarol y hoy el Barca -a diferencia de la selección de mi país, que por obvio se explica mi amor incondicional sin demasiadas variaciones retóricas- son el mejor ejemplo de lo que Saturain trata de reflejar en su declaración citada al comienzo: el fútbol, ese monstruo de mil cabezas, ese elemento de manipulación política, ese negocio cruel, ese mercado de esclavos moderno en constante mutación, en algún lugar, al principio y/o al final de los tiempos, nos pertenece y pertenecerá siempre a los hinchas. Tontos, ingenuos, manipulados… pero invencibles. Por muy cursi que suene: la luminosidad de la alegría que el gol de tu equipo te brinda no les pertenece ni a los políticos ni a los capitalistas de turno –aunque abusen y usen de ella. Como tampoco les pertenecerá nunca la auténtica profundidad de la derrota y su tristeza abismal, su rabia y su frustración. Podrán lucrar con ellas y manipularnos. Pero el fútbol en estado puro, el simple juego, que de alguna forma remota encarnará su espíritu desde este viernes en este nuevo Mundial, siempre será nuestro. De los hinchas. Porque más allá de ser parte de nuestro adn, el fútbol es un estado de ánimo. Y allí va, rodando, ese fútbol nuestro e ingenuo, ese estado de ánimo, atadito al destino incierto de una pelota.-