¿Los hinchas
ruidosos y radicales nacen con los triunfos? Es verdad. Pero los hinchas
acérrimos e inmortales se esculpen en
las derrotas. Nada más dulce para un hincha que recordar las goleadas memorables
de los equipos de sus amores, en mi caso: Uruguay, Peñarol o el Barcelona.
Aquel 5 a 1 de la celeste juvenil de
Francescoli a Argentina o el 3 a 0 más cercano de la final de la última Copa
América. Nadie me los puede quitar de mis mejores insomnios. Pero imborrable de
verdad, absolutamente indeleble, es la pesadilla de recordar a los daneses en
México 86 celebrando seis veces en
nuestras celestes narices.
Ni el
borrador de memoria de los Men in Black, pueden quitar de mi mente al Peñarol
del ‘82 metiéndole 4 a River Plate en Buenos Aire en aquella Libertadores que
nos coronaría. Y aunque no fue estrictamente una goleada como tal (recibimos 2)
el paseo fue tan majestuoso que ingresa en la galería de los gloriosos momentos
mirasoles. Sin embargo, no hace mucho, los ecuatorianos de Liga nos dieron una
manita en el Centenario que hizo pedir disculpas de pie -por haber nacido
manyas- a toda la tribuna Amsterdam enronquecida de vergüenza.
¿Y con el Barca, el equipo que hoy pareció
tocar fondo físico, emocional y estratégico – al menos por esta temporada- en
Munich? No crean, aquellos que se han enceguecido con los triunfos de los
últimos 5 años que la historia culé siempre ha sido de abrazos felices porque
no está exenta de muchos más abrazos …pero para consolar la derrota.
Históricamente no nos ha ido mucho mejor en esta cruel mezcla de goleadas
cruzadas. Las anotaciones a favor no solo son fáciles de recordar sino que
incluso uno las mezcla y confunde en la memoria. Pero los pepinos en contra son
una angustia viva en forma de pelota camino al fondo de la red…propia que nunca
se olvidan. Por ejemplo, no hace muchos años, el humilde Getafe hundió a la escuadra
de Frank Rijkaard 4-0 y lo eliminó de una llave de la Copa del Rey, a priori,
envidiablemente sencilla. Más atrás en el tiempo ya quisiera borrar de mi mente
el 5-0 del Madrid de enero de 1995, un año después de ganarles por el mismo
marcador. Quisiera borrarlo de mi cerebro pelotero, pero aún
recuerdo que era el mismo Dream Team de Cruyff, con Guardiola, Stoichkov,
Romario…y aún me duele. Para colmo de catástrofe, era prácticamente el mismo
planteal que había caído meses antes, en Mayo de 1994, en la final de la
Champions contra el Milan. Ese recuerdo sí que es fatal. Creo que hoy toleré la
derrota de Munich mejor porque viví otra peor: aquella final de Atenas del
’94. Es una alucinación dantesca en
clave goleada que me persigue y no logro eliminar de mi cabeza. Todavía me veo
ahí: hundido, perdido y abatido en una sala satelital del Canal 10 de Uruguay
(no “existían” ni el cable ni la conexión a Internet) sufriendo cada gol en
contra. A nadie le importaba un rábano la final. No me acuerdo ni como pude
volver a casa. Solo recuerdo mi tristeza y furia total. Ese sentimiento mezclado
al igual que hoy, en una suerte de cóctel ponzoñoso compuesto de la dosis justa
de rabia, tristeza y … obsecuente fé en que uno, a pesar de los pesares, no pudo,
no puede, ni podrá abandonar jamás al equipo de sus amores en los malos
momentos.
Hoy los alemanes nos recodaron a los culés que
ese maravilloso libro de relatos que salió al mercado hace unos años en pleno
boom del Pep Team, tenía un título que sospechábamos tan seductor como
peligrosamente premonitorio: “Cuando Nunca Perdíamos”. Se lo dije a mi mujer
cuando me preguntó porque estaba tan pensativo y no eufórico al ganar la sexta
copa en el temporada 2009-2010: “Ahora solo queda empeorar”. Con notable talento y una ayudita
(innecesaria, por cierto) del árbitro, los del Bayern nos devolvieron a nuestra
raíces mortales y sufrientes de hinchas culés. Y de alguna manera, sin proponérselo,
nos hicieron más hinchas que nunca.
En lo
estrictamente futbolístico, los analistas verán si es el fin de un ciclo como
tal o el comienzo de un ajuste de sistema en pos del recambio normal de un
equipo muy ganador, o una mezcla de ambos aspectos en el final de una temporada
emocional y físicamente agotadora para el Barca (enfermedad de su entrenador de
por medio incluída). Al fin y al cabo, esos son análisis bonitos pero tan
acogidos a las circunstancias que en un tiempo más pasarán al olvido.
Hoy lo que
ni logro explicar pero sí percibir es que nada nutre más el amor incondicional
de un hincha con su club que sufrir una
goleada y aún así sentir que no puede abandonar a su equipo. Aunque, claro
está, al no tener un espíritu futbolísticamente masoquista, nada me hubiera
gustado más que esta tarde no hubiera existido jamás.
Si después
de esto sigo siendo hincha –no me cabe ninguna duda que así será- podré superarlo, comerme la ansiedad hasta que
empiece una nueva temporada, desear que el Madrid no alcance la Décima (último
consuelo de la temporada…) y saber que tarde o temprano volveré a disfrutar
como loco la victoria futura: nuestra desconocida goleada a favor que algún día
regresará.